lunes, 27 de octubre de 2008

El paso adelante de la huella de carbono

"The Wall Street Journal" anunciaba hace unos días la incorporación de un nuevo concepto al lenguaje de los consumidores: la huella de carbono; es decir, la cantidad de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero emitidos durante el consumo de un producto.

Un concepto del que sólo ha oído hablar el 23% de los españoles, pero cuyo conocimiento alcanza al 97% de la población en Japón o al 94% en el Reino Unido. De hecho, fabricantes de los más diversos productos están comenzando a señalar en sus envases la cantidad de CO2 emitidos durante su producción, transporte y almacenamiento. Timberland, por ejemplo, ya incluye información al respecto en el 40% de sus modelos. La cadena británica de supermercados Tesco tiene planes para hacer lo mismo en 70.000 de sus productos, “con la finalidad de que el consumidor pueda comparar las emisiones de la misma manera que hoy compara el precio o el valor nutricional".

¿Por qué habrían de informar las empresas de la huella de carbono en sus productos?

Bueno, por un lado, a igualdad de precio y calidad, los consumidores estadounidenses eligen productos y empresas social y ecológicamente responsables. Por otra parte, las encuestas llevadas a cabo por el Carbon Trust, organismo independiente creado por el Gobierno del Reino Unido con la finalidad de colaborar con las empresas para que reduzcan sus emisiones de carbono, indican que el 66% de los consumidores británicos desean conocer la huella ecológica de los productos que compran y casi la mitad modificarían sus hábitos de consumo para adquirir productos con una menor huella ecológica. En otros países, como Alemania, el 55% de los consumidores estaría dispuesto a pagar un precio más elevado por productos y servicios con una huella de carbono neutra siempre y cuando la oferta fuera satisfactoria.

En España la escuela de reciclaje de Consumer Eroski ya describe el consumo ecológico: “La huella de un consumidor responsable es mucho menor, ya que sólo compra lo imprescindible, evita las bolsas de plástico y los productos de usar y tirar, prioriza la adquisición de productos ecológicos y locales, así como reciclados y reciclables, comparte bienes de consumo como determinados electrodomésticos, libros, películas y hasta el coche y el parking, intercambia bienes que ya no le sirven pero pueden ser útiles a otros, en vacaciones se va de ecoturismo, etc.

Parece obvio por tanto que, aunque de manera todavía incipiente, la sostenibilidad se está convirtiendo en una de las características principales del motor del consumo, siendo éste responsable y consecuente con el medio ambiente.

No obstante, los retos que rodean a la huella de carbono son todavía importantes. Por un lado, la claridad del propio concepto todavía está en entredicho. El Instituto Ambiental de Estocolmo (SEI), por ejemplo, sostiene que se debería incluir no sólo el consumo de los productos, sino también su producción y distribución. Por otra parte, las calculadoras de carbono también han sido cuestionadas desde diferentes ámbitos. De hecho, un consumidor puede encontrar en Internet numerosas calculadoras, tanto de ONG´s como de organismos públicos, con grandes diferencias de resultados.

Pese a la necesaria definición de estas cuestiones, en un informe de este mismo mes, McKinsey recomienda a las empresas un rol mucho más activo en la promoción del consumo ecologico, no sólo en la búsqueda de nuevas oportunidades de mercado sino también como medio de control de la regulación medioambiental en sus industrias. "La entrada en el mercado de consumo ecológico puede además incrementar la reputación de una empresa, aumentando el valor de sus marcas", añade la consultora, que finaliza recordando que las "empresas que ostenten una fuerte posición en el consumo ecológico podrán proteger mejor sus cuotas de mercado de la competencia".

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